Leer y escribir consiste básicamente en la comprensión y en el empleo de un lenguaje compuesto por ese conjunto de signos gráficos al que denominamos alfabeto. Si lo desconociéramos ni yo podría escribir el texto que estás leyendo, ni vos serías capaz de leerlo. Esto es muy básico, ¿verdad?
Estas capacidades conforman dos de las cuatro habilidades lingüísticas; las otras dos, más básicas aún, son el habla y la comprensión del habla. Con lo dicho se entiende que para hablar correctamente, escribir aceptablemente, así como para comprender aquello que leemos, tanto el emisor como el receptor necesitan contar con estas cuatro habilidades mínimas.
El lenguaje escrito
Ciertamente, la capacidad de hablar, comprender, leer y redactar textos medianamente coherentes no alcanza para que mi vecino Juan se considere escritor.
Es obvio que, además de vocación, el oficio de escritor demanda conocimientos lingüísticos más profundos, es decir que requiere del dominio de todos los principios y elementos gramaticales que componen nuestra lengua y de cómo estos elementos se organizan y se combinan. Se entiende que para ser escritor no nos alcanza con saber leer y escribir.
Nosotros que conocemos a Juan sabemos que él escribe mensajes con el único propósito de hacerse entender; él también es capaz de llenar formularios y agendar las tareas del día. Como su objetivo es comunicarse, está satisfecho. Ahora bien, ¿qué ocurriría si por el mero hecho de llenar formularios y enviar mensajes a sus clientes Juan se autoproclamara escritor?
Peor aún sería que Pedro, el hermano mayor de Juan, que es analfabeto, intentase escribir un cuento, un poema o una simple frase y para ello concurriese a uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis talleres de “literatura” donde sus “maestros” prometen enseñarle todo.
Durante el primer curso de tres clases -bien remuneradas, por cierto- su “maestro” le enseña a garabatear una vocal, la “A”, lo más prolijamente posible o, para facilitarle el trabajo, le sugiere que busque esta letra en una revista y la copie o la recorte.
En el segundo curso, su nuevo “maestro” le pide que copie –también de una revista- dos o tres consonantes y algunos signos de puntuación, sin explicarle a Pedro lo que está haciendo.
El tercer “maestro”, en tan sólo dos clases, satisfará las expectativas de su alumno, logrando que él escriba una palabra, aunque el bueno de Pedro siga siendo incapaz de leer lo que acaba de escribir.
A todo esto, aunque le entusiasmó formar su primera palabra, Pedro no logra distinguir la fonética de las vocales ni de las consonantes. No logra combinarlas. Él ve figuras pero no las identifica, no logra distinguir un cero de una O, una T de una D. Su maestro le “enseña” a colocar una letra al lado de la otra, prolijamente alineadas, pero no le enseña a escribir ni a leer. Tal vez porque el propio maestro no sepa hacerlo bien o quizás porque lo está estafando.
Pedro “sabe” que escribió su nombre porque su maestro se lo ha dicho, pero no es capaz de escribir por sí mismo el nombre de su hermano Juan, ni el de sus profesores. Para ello depende y dependerá siempre de sus maestros. Probablemente muchos de ellos, como tampoco manejan los fundamentos rudimentarios de la gramática, le harán escribir su nombre con hache, intercalando mayúsculas y minúsculas: pHEdrO. Pero como él ignora que de nada le sirve aprender a garabatear palabras sin saber lo que está escribiendo, no cuestiona a sus maestros, al contrario, los admira porque tienen el poder de escribir, aunque él no sepa si lo hacen bien o si lo hacen mal. En el transcurso del cuarto taller, su nuevo “maestro” le ayudará a escribir su primera frase: “Pedrho ama a zu ermano”. A esa altura, con cuatro certificados en su haber, Pedro se considera escritor ¡Está feliz!
Pero como hay demasiados maestros especializados en técnicas, Pedro que es escritor aún sin saber leer y escribir, va a participar de un nuevo curso donde”, en apenas tres días, le enseñarán “Poesía contemporánea”. Y allá, nuevamente, va Pedro, muy ilusionado.
Dejando de lado estas irónicas analogías, se entiende que desconociendo los códigos del lenguaje escrito seremos incapaces de expresarnos y comunicarnos. De igual modo, si tocamos aleatoriamente cualquier instrumento musical, en el mejor de los casos, estaremos generando ruidos molestos, en lugar de sonidos (que te lo confirme algún músico).
Lo mismo ocurre con las artes plásticas; si distribuimos planos, colores, líneas, valores y manchas, fortuitamente, al acaso, estaremos ensuciando o, como mucho, rayando y manchando superficies sin dar indicios de que nuestra intención es hacer arte. Sin embargo es lo que más se hace, es lo que más se “enseña”. Claro, es que no hay tiempo ni necesidad de profundizar. ¿Para qué?, si mi vecino Juan pasó de llenar formularios a poeta en apenas cuatro días y su hermano Pedro, el analfabeto, ya es escritor.
El lenguaje visual
Si esto realmente ocurriese en ámbito de la alfabetización de nuestra lengua sería absurdo, inaceptable. Sin embargo es lo que ocurre en gran parte de los talleres particulares, en los cursos y en los centros de enseñanza artística -incluyendo facultades- donde, en lugar de alfabetizar visual y sensorialmente, en vez de enseñar los fundamentos del lenguaje visual, se enseña técnicas: pegar, copiar, recortar, calcar, pincelar, manchar, rayar, raspar, etc.
Esto en gramática equivaldría a disponer de un conjunto de letras dispuestas fortuitamente para formar fonemas ilegibles e impronunciables. También equivaldría a enseñar a manejar programas como el Word a personas que no saben leer y escribir!
Si crees que lo desatinado es válido y lo consideras arte, ¿me creerías si te digo que esto es literatura? A ver, intenta leer lo que sigue y decime qué dice: Nxkjdwjios, cosnmdkw azprelo towl bmosilbx, nsofper. Jho amdmlwep dflqw ajde jdi jdjen a jsjesd, ¡kskdjeje!
Ahora bien, sabemos que para escribir no alcanza con disponer, al acaso, vocales y consonantes formando palabras sin significado alguno y, con estas palabras conformar frases ilegibles.
Con lo dicho se entiende que, del mismo modo que el aspirante a escritor debe conocer y dominar los principios de la gramática, el estudiante de arte y el artista también debe conocer y dominar los códigos del lenguaje visual, sin los cuales es IMPOSIBLE crear.
Así como el escritor y el músico, el artista además de expresarse y de comunicarse debe hacerlo con estilo, con elegancia, es decir con estética y, para tanto, su conocimiento y dominio del lenguaje plástico debe ser profundo. No nos alcanza con saber el nombre de los colores ni con diferenciar una recta de una curva. Es como decirte que para escribir no alcanza con saber diferenciar las vocales de las consonantes.
El artista debe saber cómo, dónde y para qué colocar un amarillo y como desaturar un azul; cómo crear un contraste y como evitarlo. Debe saber cómo emplear las diagonales y las curvas, es decir conocer el significado del lenguaje de las formas y de los colores. Debe saber “leer y escribir” con los elementos del lenguaje visual. Esto equivale a disponer de las palabras con precisión y belleza, con conocimiento y certeza o a componer con los sonidos armónicamente. Pintar es tan espontaneo como escribir, no es algo casual o caótico, pero para ser espontáneo el autor no debe desconocer el lenguaje que utiliza.
Lo cierto es que, así como los escritores y los músicos se expresan a través de lenguajes específicos, la pintura en particular y el arte en general, también posee un lenguaje propio. Si los escritores, además de conocer la estructura gramatical, conocen a la perfección el significado de las palabras que utilizan, ¿Por qué los pintores, los muralistas, los mosaiquistas, los ilustradores, etc., creen que no es necesario conocer con profundidad el lenguaje de los colores y de las formas?
Jamás supe que se ofrezcan talleres de literatura dirigidos a grupos de analfabetos. Esto constituiría una estafa. Para quienes saben leer y escribir es obvio que lo primero que habría que hacer es alfabetizar al grupo, y luego sí orientarlos para que puedan escribir poesías o cuentos.
Con el arte ocurre lo opuesto, se enseña a pintar, a hacer murales y todo tipo de trabajos sin que antes se haya enseñado los códigos del lenguaje visual. De esta forma se estimula el analfabetismo visual.
Esto se debe a que los “maestros” muchas veces ignoran, no logran descifrar, los códigos del lenguaje visual que utilizan. Pero claro, alfabetizar demanda tiempo, mucho tiempo y, sobre todo, mucho conocimiento. Así, aunque las intenciones sean buenas, nadie puede enseñar aquello que ignora.
Miguel Hachen | Neoguarani
Ilustración de mi autoría: "El color inexistente"
Ilustración de mi autoría: "El color inexistente"
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