En respuesta a una nota que publiqué en este blog sobre la piratería virtual, el gran maestro Marcelo Carpita -tutor y abogado de Lucas Quinto- garabateó y publicó una crónica donde, con la típica socarronería rioplatense, discurre muy inteligentemente intentando justificar el pillaje y de ese modo satisfacer los instintos reprimidos de su propio ello para obtener el placer que de otra forma él no lograría. Sea puro onanismo mental o no lo sea, agradezco la simpática nota, no esperaba menos.
El mito de la creación y el ciclo de la evolución
Ya es tradicional que los doctos de Buenos Aires, legítimos herederos de la corona y sucesores de Mitre y Sarmiento, en el afán de “blanquear” la piel -y la mente- de la raza, bajo el implacable lema de “civilización o barbarie”, todavía hoy siguen embistiendo contra la región guaranítica. Otrora lo hacían para explotar las riquezas y ahora para monopolizar la estética y acaparar la verdad por medio de la falacia. Por más lana que se le ponga al lobo, es difícil transformarlo en oveja.
Los adornos son de nosotros, los sofismas son ajenos
El ilustre maestro Carpita califica el lenguaje plástico Neoguaraní como algo decorativo, pero en lugar de ofenderme no hace otra cosa que elogiarme. Al contrario de lo que afirma en su nota, tal saqueo no me martiriza, pero al igual que el adoctrinamiento, me inquieta y asquea. No se trata de una polémica de egos entre el mí y el yo, como burlonamente señaló el maestro Carpita, al intentar, sin éxito, camuflar la falta de ética de su amigo a quien defiende arbitrariamente.
Si fuese una cuestión de ego, de buen grado aceptaría el título de “maestro” que tan generosamente me otorgó este culto e inteligente pedagogo. Agradezco pero no puedo aceptar el rango de maestro porque me queda demasiado grande y no creo haber hecho nada admirable para merecerlo; al fin y al cabo mi trabajo consiste en decorar y no en escribir tal como lo hacen los maestros. Los salvajes, como yo, no tenemos la maestría ni el hábito de tomar lo que es ajeno, ni somos tan hipócritas para asumir cualidades que no poseemos. Además, honestamente, creo que tanto en el arte de abogar como en el de esgrimir sofismas, la maestría le pertenece a Carpita. Yo, afortunadamente, no aprobé esas dos materias.
Su maestría me asombra pero no me animo a preguntar por qué su discurso oral fue desigual al escrito. Cuando me concedió el privilegio de presentarle mi inquietud sobre el tema del plagio se mostró interesado pero imparcial, disculpó a su pupilo justificando sus limitaciones, no abogó por él y ni siquiera mencionó su vínculo; pero en la nota lo enalteció y dejó expresa su amistad con el nepotismo propio de un abogado.
Diferencias poco sutiles
Enfatizando las diferencias en el uso de las imágenes para comunicarse, Carpita acertadamente manifestó que no todos decimos lo mismo. Afortunadamente eso es cierto y en ese punto coincidimos. Las culturas ilustradas arremeten contra las que consideran incivilizadas y se comunican “escribiendo” sobre el cuerpo -y la mente- de otros seres. Preocupados con el contenido del mensaje y no con la forma, “escriben” cosas para adoctrinar y domesticar a todos aquellos que consideran salvajes.
En cambio nosotros, los salvajes, como no tenemos la pretensión de “civilizar” a nadie, nos comunicamos con el otro decorando, adornando, ornamentando. Se decoran los cuerpos y las cosas como parte de un rito; para recrear y hermosear; para plasmar un ideal estético funcional y sencillo que pulse el alma de la gente. No importa tanto lo que decimos, sino cómo lo decimos. En ese decir manso, sin el ruido interno del que habita las metrópolis, prevalece el ornamento, pero no la intención de imponer ruidosamente creencias o doctrinas. Decoramos para expresarnos y aprender de la belleza que nos regala la naturaleza; lo hacemos para compartir un modo de ser y de sentir, no para para panfletear agresivamente en los muros ni imponer preferencias estéticas e ideológicas, determinando así aquello que los otros tienen que pensar y ver, sometiéndolos anárquicamente a los caprichos de una bulliciosa cultura cosmopolita, muy distinta y distante de las florestas silenciosas.
Sí, maestro Carpita, es innegable, ahí existe una enorme diferencia y me permito felicitarlo por haberlo notado usted mismo. Lucas escribe en el cuerpo de los seres, dice muchas cosas, yo en cambio los decoro y componiendo en voz baja, digo sólo lo necesario como para penetrar las almas sensibles.
A pesar de que sus discursos sean tan encontrados, sé que en el fondo ambos sabemos que es preferible la sabia barbarie de los salvajes a la inteligencia falaz y ladina de los hombres civilizados. Los que crecimos en el monte o en el interior cultivamos otros saberes, aprendimos a decorar pero no a robar o someter al otro para imponerle nuestros dogmas. Usted que es muy docto y se crió en la ciudad sabe que las personas muy ilustradas suelen ser más creíbles y sinceras cuando mienten que cuando pretenden hacernos creer que están diciendo la verdad.
Miguel Hachen | Neoguarani
2 comentarios:
Te conocí por tus pinturas y ahora por tus palabras y te admiro por ambas. Leí tus dos notas, una me llevó a la otra (no sabía que tenías un blog). Lo que no pude leer fue la nota que originó tu respuesta pero “Él vesus Ello” me pareció sencillamente brillante, como cada palabra me fue transmitiendo un sentimiento profundo y movilizador. Y la nota de la piratería virtual te confieso que me hizo pensar en muchas cosas que uno a veces hace sin reflexionar, como vos decís con un simple clic. Un abrazo. Silvia
Quiero humildemente felicitarte por este trabajo tan hermoso que haces. Es de una belleza increible. Te conocí por el video de Joselo, Yasi Yateré y me llegó profundo tu obra. Qué maravillosa forma de ver el mundo. Tus palabras están llenas de sabiduria y de lo vivido en el camino que has recorrido para llegar a esta forma de expresarte.
Hay aqui en Colombia un pintor que en cierta forma tiene un parecido con tu obra. Jafeth Gómez. Te dejo el enlace de su página por si deseas mirarlo.
http://jafeth.proyectokalu.com/
Gracias por tanta belleza y sensibilidad.
Esperanza
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