Mientras que el socialismo timonea obsesionado sobre
fórmulas marxistas, el capitalismo concentra las riquezas y administra la
miseria humana, hegemonizando su doctrina liberal. Como toda ideología, ambas
corrientes cometieron -y aun cometen- genocidios y etnocidios, siembran miedo y
cultivan odios viscerales. Lo mismo ocurrió y aún ocurre con las religiones.
Partícipes de la historia, los artistas fueron
funcionales a la iglesia retratando sus “verdades” o la enfrentaron criticando
sus falacias. Del mismo modo que el arte revolucionario fue subvencionado por
la izquierda, estuvo al servicio de las elites liberales y otras veces combatió
regímenes absolutistas, en los mal llamados sistemas democráticos de hoy,
muchos artistas realizan obras respondiendo al poder de turno.
Al igual que durante el auge del movimiento muralista
mexicano, hoy el contenido de las obras del arte público es mayoritariamente
partidario y se continua promoviendo las luchas sociales, la discriminación y
el adoctrinamiento. Con apoyo oficial, la libertad de expresarse en muros y
paredes es utilizada principalmente para dividirnos entre fieles e infieles,
blancos y negros, orientales y occidentales, unitarios y federales, socialistas
y liberales, fanatizando a las masas que, en pleno siglo XXI, se someten
ciegamente a inverosímiles sofismas. Adictos a diversas ideologías, algunos
artistas ignoran que el adoctrinamiento y las luchas entre distintos sectores
hoy ya son estériles, como es vano creer en el predominio o supuesta
superioridad de una cultura sobre las otras.
Creo que la consciencia social del arte en general y
del muralismo en particular debe orientarse hacia los contenidos que honren a
la naturaleza, a los orígenes del hombre. El énfasis debe estar en los bienes
primordiales de la raza humana, de la naturaleza, de la vida como un todo.
Nuestro planeta como espacio vital incluye a todas las clases sociales y
trasciende dogmas e ideologías. El arte público debe ser un canto a la vida y a
la libertad, a la integridad de la madre tierra. El hombre y el arte deben
marchar hacia un ideal universal heterogéneo.
“Ysy, Kuarahy ha Yvytu” (A Mãe Água, o Sol e o Ar -
La Madre Agua, el Sol y el Aire), Obra Mural Neoguarani realizada en el Edificio do Saber,
Parque Tecnológico Itaipú, Foz de Iguazú, Brasil.
Miguel Hachen | Neoguarani
Fotografía, gentileza de Jean Pavão.
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