Promovida y subordinada a los intereses económicos e ideológicos
de los grandes medios de comunicación quienes dictan el gusto y la preferencia,
estamos cada vez más contaminados por la insubstancial cultura masificada. Cual
si no existiesen otras opciones, el público no solamente es inducido a consumir
productos culturales anodinos sino también a “comprar” y - lo que es peor- a adoptar
valores y comportamientos espurios.
Estrechamente vinculado a este modelo social consumista, el actual
sistema educativo es apenas un medio utilitario que cumple su papel adiestrando
mano de obra prematura y otorgando diplomas para garantizar la inserción en el
mercado laboral que aseguren el empleo y la producción de bienes para el
consumo.
En esos moldes la visión y la misión vigentes en los centros de
enseñanza no es la de universalizar el saber para la formación integral y
cualitativa del ser humano, sino la de formar profesionales estandarizados, sin
cultura general, limitados a su especialización y contaminados por los valores de
la industria mediática que les impone el consumo de bienes tecnológicos.
Es difícil encontrar profesionales o empresarios que inviertan en arte
o consuman bienes culturales genuinos producidos en su propia comunidad. Es poco
frecuente encontrar médicos, ingenieros o abogados en una muestra de pintura o presenciando
una obra de teatro.
Si cotejamos el actual crecimiento económico con el desarrollo
cultural notamos que mientras el primero alcanza índices elevados el segundo se
va malogrando. Empresarios y medios de comunicación no incentivan ni estimulan,
ni siquiera mencionan a los trabajadores culturales que se esfuerzan en
recuperar o mantener la genuina identidad de los pueblos a través las
expresiones artísticas populares.
De esta manera el arte pasa a depender de los gobiernos de turno que,
cuando no discriminan ideológicamente, explotan a los artistas aprovechándolos
políticamente y, a cambio de reconocimiento y pagos simbólicos, les exigen que
se acomoden a sus preferencias estéticas.
Con un público culturalmente empobrecido, allí donde escasea la
cultura y la educación, la economía crece sin alma. Las obras no circulan y los
artistas, en busca de audiencias que raramente los reconocen o consumen sus
creaciones, sienten el desaliento de que su obra no llega al público,
malogrando así su creatividad y su producción.
Renunciando o depreciando los valores simbólicos, materiales e
inmateriales, de la cultura que fertiliza el saber, el modelo educativo y social
parece apuntar a la banalización cultural ahogando las expresiones
artísticas más genuinas.
Así
como educar no es apenas formar individuos capaces de producir, el papel de los
artistas no es el de estimular gratuitamente la sensibilidad mediante la estética.
El arte posee una dimensión humana capaz de reflejar la experiencia colectiva de
las sociedades. Para que esa experiencia colectiva trascienda los artistas
deben contar con un público educado y culto con criterios para discernir entre
la superficialidad de la cultura masificada y el arte popular que lo
representa.
Miguel
Hachen | Neoguarani
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