Miguel, me gustaría conocer tu definición de “arte”. Estos reportajes pretenden iniciarse con esa definición constituyendo una marca de orillo.
Cuando hablamos de arte podemos definir una habilidad o virtud. Podemos hacer referencia al “arte” de guerrear como muestra de perfección y destreza; también podemos referirnos a una disciplina deportiva como el “arte” de jugar a la pelota y así encontraremos millares de definiciones más o menos acertadas, pero que ilustran otros ámbitos. Como antes de ser pintor soy un hombre, siempre asocio la palabra arte con el ser humano; al ser humano lo asocio con el planeta y al planeta como nuestro mayor referencial de belleza. No sabría cómo definir un arte divorciado de la belleza del planeta, de la belleza del universo, de la belleza de los astros. En este bello universo donde todo se ordena y converge, donde la totalidad es orgánica y armónica, me resulta difícil concebir un arte separado de una intención o función estética que no tenga correlación ni afinidad con las formas y las estructuras morfológicas del Universo que nos alberga; no concibo un arte que en su color no se corresponda con el espectro electromagnético del sol que nos ilumina y nos da calor; no concibo un arte que no asocie la forma con la ley de gravedad, como una fuerza que la tierra ejerce hacia su centro; ni concibo un arte que en su plástica desconsidere la morfología de la naturaleza. Definitivamente, a primera vista, todo esto parece no tener ninguna correlación con el arte ni la define.
Sabemos que tanto los conceptos de lo que consideramos arte como la noción de lo que es (o no es) estético fue sufriendo variaciones a través del tiempo. Aun así, es interesante notar que cuando repasamos la historia del arte, todo aquello que fue creado en otros tiempos, por diversas culturas -sea europea, oriental o precolombina- jamás han perdido su condición de bello. Aunque, aparentemente, los conceptos estéticos de otrora cayeron en desuso o están “fuera de moda”; esas nociones de belleza de todos los continentes, épocas y culturas no se han extinguido y como en el fondo tienen el mismo origen se comprueban recíprocamente. Y digo que es interesante notarlo porque pareciera que aquellas obras que ya no se ajustan a los actuales cánones de estética, a la noción contemporánea de belleza y mucho menos a lo que hoy podemos definir como arte, no solo se mantienen vigentes, sino que se las valora aún más.
Entonces, si la actual definición de arte es otra, si los paradigmas estéticos de hoy son tan modernos y diferentes ¿por qué razón seguimos considerando bellas las obras de arte del pasado? Creo que antes de hablar de estética como un conocimiento aislado y aun antes de responder vagamente ¿qué es arte?, habría que indagar profundamente en las ocultas y ensombrecidas verdades universales y redescubrir los conocimientos primordiales que habitan en los arquetipos. La antigua ciencia infusa, es decir, el conocimiento recibido directamente de Dios o, lo que los guaraníes sabiamente distinguen como arandúca’átí o sabiduría natural, permitió al hombre de todas las épocas y culturas advertir e interpretar los secretos del alma universal. Este conocimiento primordial que se confunde con el ánima mundi de los alquimistas y que Carl Jung distinguió como inconsciente colectivo, habita en la profundidad del espíritu humano, expresa la unidad del hombre con el Universo y existe allí donde está la vida.
Si bien no hay nada de arcano en estos conocimientos calificados de herméticos, en nuestros días la física cuántica ya es capaz de discernir y ratificar ciertos aspectos de estas cogniciones pero, en sus descubrimientos, no hacen otra cosa sino volver a encontrar el saber que aun el hombre de menor alcance intelectual lleva dentro de sí, aunque no sea capaz de descifrarlo. Estos saberes que entrañan una suerte de clarividencia o intuición natural, están estrechamente vinculados a lo divino o sobrenatural que existe en el ser humano.
A fin de interpretar y traducir esta unidad con el Universo, el hombre se ha valido de un sistema de símbolos o arquetipos. Éstos encuentran su máxima expresión en la energía luminosa que llamamos color. El color expresa la energía física y espiritual formando un puente entre el cuerpo y el alma. Esta energía no es otra cosa que luz y, entre los seres vivos, apenas el hombre es capaz de utilizarla con plenitud. Sin duda, esta forma de energía que alimenta y transforma la materia permitiendo toda forma de vida en nuestro planeta también posee cualidades espirituales. Si admitimos que los arquetipos revelan principios astronómicos, fisiológicos y psíquicos, debemos reconocer que esconden verdades más profundas de lo que se podría imaginar. Junto con la forma, el color revela las correspondencias universales, confiere unidad a las religiones, incide sobre los impulsos primordiales y los fenómenos naturales comprendiendo los niveles físico, mental y espiritual del hombre.
Este grado de percepción, que nace y se desenvuelve mediante la aguda observación de la Naturaleza, es tan frecuente entre los pueblos originarios como inusitado en la compleja estructura cultural del hombre civilizado por causa de su alejamiento del entorno natural. El mismo que el hombre controla, somete y explota a la naturaleza es el que en las tres últimas centurias se guío con lógica del pensamiento cartesiano que ha dominado la cultura occidental. Sin embargo, la física cuántica, la psicología y otras áreas de la ciencia realizaron numerosas investigaciones sobre las culturas originarias y orientales y, en sus observaciones, han podido encontrar numerosas claves que revelan el hermetismo de la sabiduría a la que aquí me refiero.
Es en esa sabiduría natural donde se encuentran las respuestas relacionadas a la cosmovisión del hombre y a cómo percibimos las formas y los colores de nuestro planeta a través de los tiempos. Formas y colores, dos elementos esenciales sin los cuales no podríamos crear y que, en su esencia, jamás han cambiado. Así, en lugar de preguntarnos o intentar responder ¿qué es arte?, habría que cuestionarse ¿cuáles son los verdaderos principios que tornan bella una obra de arte?
Esos principios que hace 5 siglos Leonardo da Vinci ya intuía, son los mismos fundamentos que los hombres del neolítico y todos los pueblos originarios siempre distinguieron naturalmente. Para no extenderme, lo ilustro usando apenas dos ejemplos: sin nunca haber estudiado la psicodinámica del color, un "salvaje" de Nueva Zelandia utiliza el amarillo para llamar la atención o señalar el peligro y los guaraníes denominan azul todo lo que relacionan con lo eterno. Lo mismo vale para las formas primordiales. Esta simbiosis del hombre con el color y la forma es la matriz de todos los paradigmas estéticos. Los fundamentos de lo que es bello son el génesis de la verdadera “religión universal”. Ese es un misterio fácil de desentrañar, basta "darnos cuenta" que siempre nos iluminó el mismo sol, que vivimos en el planeta tierra y compartimos el mismo universo.
Alejados de estas verdades universales, los modernos conceptos de arte se diluyen en contenidos y anécdotas vacías, tan vacías que necesitan ser transcritos al lenguaje oral y escrito. Entonces: ¿cuáles son los principios que tornan bellas las obras de arte, independientemente de las épocas en que fueron creadas? La respuesta es simple y está en cada ser humano, cabe encontrarla dentro de nosotros. Para tanto debemos retomar los instintos primordiales, porque sin ellos corrompemos la belleza de las formas y los colores, de plasticidad y de la luz.
¿Contame como es un día de tu rutina diaria? Me refiero a tu relación con la obra, ¿trabajas todos los días?, ¿Tienes horarios fijos o variables?, ¿sentís que es importante la continuidad?
Mi rutina es no tener rutina, nunca hago lo mismo. Como el proceso creativo no respeta horarios convencionales, siempre estoy creando aun sin tocar el lápiz o el pincel. Puedo estar haciendo algo ajeno al arte y, al mismo tiempo, concebir una obra. La inteligencia emocional actúa ignorando la línea racional del tiempo, por eso las obras nacen mucho antes de ser plasmadas.
No soy lo suficientemente disciplinado, me cuesta fijar y respetar horarios; pinto indistintamente durante el día, aunque prefiero la quietud de la noche; es decir que soy muy variable. No me interesa tanto trabajar secuencialmente, ni producir por producir; prefiero tener continuidad en el lenguaje plástico que desarrollo, manteniendo mi forma de expresión, preocupándome más por la calidad de las obras que por la cantidad.
¿En qué estás trabajando en este momento? ¿Te interesa participar en premios o concursos? …de ser así… ¿crees que son estimulantes? ¿Suficientes?
Soy un trabajador del arte, vivo de lo que hago hace 30 años, por ese motivo mi actividad es heterogénea. Hay momentos en los que pinto para exponer y tengo que suspender para realizar obras murales, participar de algún encuentro de arte público o para dictar talleres de muralismo, color o estética. Entre otras cosas, actualmente estoy realizando 4 murales en mi ciudad, prestando una asesoría sobre estética Neoguaraní para la Hidroeléctrica de Itaipú, proyectando un encuentro de muralismo y programando una serie de talleres que daré en Paraguay, Chile y Argentina.
En los 80’ y 90’ he participado de salones como artista y como jurado e inclusive obtuve algunos premios. Hoy ya no tengo interés en participar porque, en general, el resultado de los concursos es convenido de antemano. Me consta que no hay seriedad ni imparcialidad, los premios se los llevan quienes producen para el mercado y están en manos de los marchands. De todos modos, las obras no se tornan mejores porque participen de salones y obtengan galardones.
Los concursos aportan al currículo vitae pero jamás logran trasformar pinturas o esculturas en obras de arte. Cuando las obras no condicen con el currículo del artista, por más abultados que sean, de nada sirven los títulos, honores, cargos, premios, exposiciones y datos biográficos. Al final las obras hablan por sí mismas y si tienen algún valor el tiempo se encargará de dárselo, como siempre ha ocurrido.
Hay que buscar el arte más allá de los mercados y de los concursos, hay que encontrarlo y valorarlo más allá de las biografías y de las arengas poéticas que se publican para promocionar a tal o cual artista. El arte está en las obras de arte, no en los premios ni en los dilatados títulos o en los galardones que nos otorguen determinados salones. No siempre el jurado es idóneo o ecuánime y no siempre los curadores manejan el lenguaje del universo visual. Están habituados a mirar e intentar comprender las obras de arte a través de la palabra escrita y hablada. Toda crítica o evaluación -al ser oral o literaria- se limita a narrar y a describir las obras, sometiendo el universo visual del lenguaje plástico a la sucesión linear de las palabras, como si la narración "poética" del espectáculo pictórico fuese en sí un valor estético del arte.
Al ignorar los códigos de estética que encierran las arquetípicas e inmutables verdades universales del color y la forma, muchos artistas, críticos y jurados se apoyan en ideas de vanguardia echando mano de discursos contemporáneos; reflexiones por veces válidas y muy sensatas pero que, en general, por más expresivas que sean, son ajenas al mundo del arte. Por esa razón hoy no se premia el conocimiento estético o la trayectoria, sino la idea más audaz o excéntrica. Es en este contexto tan complexo, empobrecido y diverso que habría que retomar la pregunta inicial: ¿qué es arte? ¿Es acaso la extravagancia de animarse a disponer, por ejemplo, fideos o carne fresca en medio de un salón o colgar colchones para luego fantasear sobre lo que esas ideas sugieren? Si bien es cierto que los conceptos vanguardistas traducen lo efímero y, por lo tanto, constituyen un fiel retrato de la sociedad moderna, hay mucho para pensar al respecto y muchas preguntas difíciles de responder.
Finalmente, creo que los salones son interesantes para jóvenes artistas que necesitan de ese tipo de estímulo y considero que debería haber más salones pero divididos por categorías. Aficionados y profesionales no podrían disputar en el mismo concurso; fotografía artística y escultura tampoco pueden competir entre sí, como no pueden hacerlo los que asocian el arte con la estética y aquellos que en los salones derrochan fideos.
Con tu trabajo terminado, ¿hay una mirada crítica de algún familiar, amigo-a o el trabajo va del hacedor al público sin intermediarios?
Aquellos que nos rodean son los primeros en lanzar una mirada crítica porque acompañan el desarrollo de los trabajos. La devolución tanto de los familiares y amigos como la del público son imprescindibles. Al fin y al cabo, por lo menos en mi caso, más allá de ser una ocupación, no pinto para satisfacer mi ego ni para entretenerme, lo tomo como una misión en la vida. Uno pinta para comunicarse con las personas, se expresa por y para la gente. Yo pinto como indagando, buscando interpretar y traducir plásticamente mi cultura, el momento histórico del lugar en el que habito.
¿Analizas a posteriori tu obra? ¿En caso de hacerlo cuál es tu interpretación? ¿Importa? ¿Hay a tu criterio en el artista una conjunción de intuición y reflexión?
Afortunadamente, jamás estoy satisfecho con lo que hago porque si lo estuviera creería que no tengo nada para aprender. Y parte de ese aprendizaje es analizar mis obras antes, durante y después de realizadas. Las analizo desde el color hasta la forma; pasando por los procedimientos técnicos. Pero el análisis más profundo es sobre la continuidad y la coherencia de la estética que he denominado Neoguaraní, en la que trabajo hace 16 años. Analizo las obras porque me interesa mantener mi identidad, porque es necesario que hable con el sonido de mi propia voz; analizo para crear y recrear una forma de expresión que me identifique y al mismo tiempo que en ella se distinga mis raíces culturales y las del espacio que habito para que, de ese modo, la gente también se reconozca en ellas. No busco significados, por eso no me detengo en lo anecdótico ni valoro el contenido de los temas, prefiero ahondar en los significantes para reflejar la esencia de lo que culturalmente soy tanto individual como colectivamente. Sin haber un cómo no habría un qué; así, si no hubiese significantes no existirían los significados.
Por eso mismo creo que la tarea del artista no consiste en interpretar apenas su trabajo, en principio le cabe interpretar el entorno y reflejarlo en su obra. De ahí que es importantísimo poder interpretarse a sí mismo, saber lo que hacemos y por qué lo hacemos; para esto hay que acercarse a lo que somos como seres culturales. Cuando el artista es honesto puede trascender las estéticas impuestas por el mercado o aquellas distantes a nuestra realidad pero que se ponen de moda. Cuando no producimos para comercializar y aun así nuestra obra es comerciable; cuando logramos comprender nuestro entorno; cuando conseguimos materializar en nuestras obras lo intangible de una determinada cultura es porque la supimos interpretar. Entonces, y solo entonces, la obra se torna popular y quien debe interpretarla e identificarse con ella es el público, que es el soberano.
La intuición es holística mientras que la razón es mecanicista. Por medio de la intuición el artista crea, juega, imagina, siente, improvisa y mediante la reflexión el artista analiza, evalúa, conceptúa y juzga. Por eso mismo la intuición y el pensamiento reflexivo son tan necesarios pero deben actuar siempre juntos. El artista obra intuitivamente pero no puede dejar de hacer uso del pensamiento racional para poder teorizar y trasmitir a otros lo que hace.
Para vos, hacer una obra ¿es un trabajo? ¿Por qué?
Cuando la profesión que ejercemos es vocacional no sentimos que estamos trabajando sino realizando una actividad que nos da placer y el cansancio es el fruto de haber gozado. Un poco en broma y otro poco en serio, siempre afirmo que estoy de vacaciones por la vida porque hago lo que me gusta, lo que más amo.
¿Crees que un artista es una persona sensible socialmente o no necesariamente? ¿Puede solo tener sensibilidad artística?
Aunque la sensibilidad es una cualidad principalmente de índole femenina, al igual que la creatividad, es inherente todos los seres humanos; por lo tanto no es una propiedad exclusiva de los artistas. Los artistas, en todo caso, potencializan la sensibilidad para poder crear. De por sí, no creo que haya artistas insensibles o que haya quienes sean sensibles apenas artísticamente. La sensibilidad está estrechamente vinculada a lo sensorial. Los verdaderos artistas crean utilizando todos los sentidos, principalmente ese que conocemos como “sexto sentido” que no es otra cosa que la intuición de la que hablábamos antes y es a través de ella que nos conectamos con el universo. Creo que es algo así como una especie de adivinación, de instinto ancestral o clarividencia que habita todos los seres humanos pero que el progreso o, paradójicamente, la pretendida ilustración iluminista se han encargado de oscurecer.
¿Cómo crees que nació tu vocación y que consideras como tu primera obra aunque no lo supieras en ese momento?
Nací y hasta los diez años viví en plena selva misionera. Allí robaba restos de tiza de una escuela rural en la que estudiaba, para pintar sobre las paredes de mi casa hechas de adobe y de tablas. Desde muy pequeño tuve muy clara mi vocación, aunque no podría precisar la edad con exactitud, creo que fue entre los 7 y los once años. Es difícil especificar mi primera “obra”, desde chico pintaba cartulinas para mí y mis colegas de clase, ilustraba los pizarrones del aula y a los 14 reproducía obras de los impresionistas para vendarlas en una casa de regalos, firmándolas con un seudónimo. Tal vez mi vocación se despertó viendo a mi madre bordar unas rosas de extraordinaria belleza o, quizás, al ver la facilidad con la que una maestra de plástica pintaba acuarelas, cuando a los once años ya estudiaba en Buenos Aires. Lo cierto es que a partir de entonces comencé a frecuentar cursos de pintura. Cursos de pintura con artistas y profesores que parecían hacer lo imposible para enmarañar lo simple.
¿Un artista siempre tiene un proyecto a futuro?
Puedo hablar acerca de mí. La mejor obra es lo que aún no realicé. Soy el resultado de lo que aprendí pero en parte soy lo que todavía no hice, lo que no viví. Mi gran proyecto es seguir pintando, es tener telas y ganarme paredes para poder expresarme y así vivir dignamente de lo que hago.
Relata alguna experiencia personal que te haya influido gratamente en relación al quehacer artístico y/o sobre los encuentros de artistas en los que has participado ya sea de murales, pintura, etc..
En los encuentros, cursos y talleres aprendí con muchos artistas y sería injusto si no los mencionara a todos. Aprendí con aquellos que realmente saben y con los que creen saber. Con unos aprendí cómo hacer, con los otros cómo no debo hacer. Muchos me enseñaron procedimientos técnicos y algunos me proporcionaron las nociones básicas; con otros asimilé los fundamentos que rigen el universo visual y cada uno a su modo ayudó a que me alfabetizara sensorialmente. Pero los conocimientos más preciosos, aquellos que por ser tan simples parecen más difíciles, me los regaló la naturaleza cuando me propuse observarla, leerla.
Podría mencionar muchas influencias, pero la más significativa de todas ellas no tiene que ver con la pintura en sí, sino con el hecho haberme reencontrado con mis raíces. Viviendo en Brasil, en el ’96, conocí a Fernando Calzoni quien además de introducirme al ámbito del muralismo, enseñarme la técnica del bajorrelieve y, posteriormente, el mosaico, me invitó a Corrientes donde el chamamé y la cultura litoraleña que vivencié cuando era niño volvieron a mí. Esa experiencia me transportó de nuevo a mi selva, a la aldea de los Mbyá-guaraní con los que conviví en la infancia. A partir de ahí comencé a desarrollar el lenguaje Neoguaraní.
¿Te parecen importantes las nuevas tecnologías para su aplicación en tu quehacer artístico? ¿En general, crees que genera mucho facilismo?
Aunque haya un uso intensivo, la tecnología como herramienta, por sí sola, no genera nada, solamente simplifica algunas tareas. No olvidemos que los renacentistas ya usaban la "caja negra" y el empolvado para para trasferir los bocetos a escala real. Es decir que la tecnología siempre estuvo al servicio del artista. Lo que no podemos es pretender que la tecnología sustituya la creatividad o que, por si sola, nos permita realizar obras de mayor calidad. No porque utilicemos pinceles de pelo de marta o tengamos acceso a las marcas de pinturas más costosas nuestra obra va a ser estéticamente superior, lo mismo ocurre con los recursos tecnológicos. Con los dedos, carbón y tierras también podemos hacer una obra maestra… Lo fácil no siempre trae consigo la calidad. En mi caso, ocasionalmente, uso un proyector para facilitar el planteo del dibujo en algunas obras murales.
¿Disfrutas del trabajo colectivo e interdisciplinario? ¿Son importantes las redes de artistas?, las agremiaciones?
El trabajo colectivo es apasionante porque se intercambian saberes y el interdisciplinario nos conecta con otras formas de expresión artística. Hoy con el internet a disposición es inevitable que se formen redes de artistas. Así como ya existe un gremio de actores, creo que hay que categorizar a los artistas y agremiar los profesionales, separándolos de los que pintan por hobby, de aquellos que hacen terapia ocupacional o de los que solo lo hacen para nutrir su ego al ver su pintura publicada en la página de la columna social del periódico local.
¿Cómo ves los ámbitos de enseñanza oficiales? Y los informales?
Creo más en la enseñanza informal de los talleres, en el ejercicio del oficio, la lectura y la observación como formas de obtener conocimientos y experiencia. Las escuelas de arte preparan y lanzan al mercado de trabajo a maestros y profesores de plástica, pero en ellas no necesariamente se forman artistas.
¿Defiendes el oficio? ¿El conocimiento de los recursos formales ayuda al desarrollo? ¿De qué manera se te ocurre se puede propiciar el hecho artístico o sea, “hacer artistas”?
El artista ejerce un oficio y una profesión al mismo tiempo. Haciendo una analogía, es como si fuese arquitecto y albañil a la vez: uno mismo proyecta y ejecuta. En el arte, oficio y profesión son interdependientes. El oficio es conocer la “cocina”, es poner en práctica las “recetas” técnicas aprendidas y tener suficiente habilidad para realizar tareas manuales usando las herramientas y los materiales adecuadamente. Conociendo la técnica, cualquier persona es apta para realizar, por ejemplo, un mural en bajorrelieve, pero si desconoce los principios de la forma y del color, aunque deje su impronta, será incapaz de crear algo estéticamente agradable. La profesión, por su parte, requiere otros conocimientos; el profesional conceptúa, crea a partir de los fundamentos del lenguaje visual y es necesario que sepa cómo manejarlos. Sin estos conocimientos habrá expresión pero sin arte.
Una pregunta clásica: ¿un artista nace o se hace?
Respondo con otra pregunta: ¿vocación o aptitud? Todas las personas tenemos básicamente las mismas aptitudes. Somos capaces de jugar al fútbol, de manejar un automóvil, andar en bicicleta o tocar un instrumento musical; si estudiamos podemos ser médicos, arquitectos, artistas, etc. Personas con capacidades especiales pueden manejar autos o jugar con idoneidad al vóley sobre sillas de ruedas. Esas son tan solo aptitudes. Pero el hecho de ser aptos para manejar no nos torna pilotos de Fórmula uno! Será piloto quien tenga vocación para serlo. La capacidad de ejecutar bien un instrumento musical solo demuestra que somos aptos, pero abandonar todo para dedicarse a la música indica que somos vocacionales, que desarrollamos una tarea no porque tengamos más aptitud que otros, sino porque amamos lo que hacemos. Van Gogh tenía escasas aptitudes para dibujar y sufría para comprender el color; sin embargo su vocación fue más fuerte: él amaba pintar. No sabría decir con exactitud si nacemos o nos hacemos artistas, solo puedo asegurar que no existen “dones divinos” ni “talentos especiales”, solo existe una gran pasión por aquello que queremos ser. La vocación es como una mujer de la que nos apasionamos profundamente y, a pesar de las dificultades para conquistarla, la amamos y seguimos con ella hasta el fin de nuestros días.
¿En términos generales, cómo ves a la cultura en el lugar en que vivís?
Erróneamente, siempre que hacemos uso de la palabra cultura nos referimos pura y exclusivamente al conjunto de expresiones artísticas, desechando o desconociendo su verdadero significado. Sin embargo este vocablo define todo un proceso de formación humana, individual y colectiva, en la que podemos reconocernos como seres culturales. El Hombre actúa culturalmente según las formas materiales y espirituales del grupo social en el cual se desenvuelve. En principio, estas formas primordiales están determinadas por la geografía, por el clima y por todas las experiencias colectivas heredadas del pasado y que, a su vez, son transmitidas simbólicamente para las siguientes generaciones.
Siendo así, actuar y desenvolverse culturalmente también significa reconocer la existencia de conocimientos, miradas y lógicas diferentes entre sí. Cogniciones que deben ser rescatadas y preservadas como un patrimonio material e inmaterial porque incluyen a todas las actividades humanas, no apenas las expresiones artísticas. Dichos saberes, además de identificarnos y distinguirnos de otras culturas y civilizaciones, son parte de un proceso dinámico de transformación y crecimiento social que nos enriquecen permitiendo reconocernos y expresarnos, individual o colectivamente.
No obstante, ignorando estos conceptos elementales, la cultura como un todo es vista como parte de las políticas de estado, siendo que la propia manera de ejercer dichas políticas evidencia el sistema cultural de cada sociedad y de cada época. Nuestro modo de actuar políticamente, de expresarnos y pensar, de administrar y ver, de educar y crear obras explica y define el comportamiento social y el grado de desarrollo cultural de una determinada comunidad. Por su parte, las expresiones artísticas no hacen otra cosa que reflejar y comunicar esas formas de ser, ver y hacer. Precisamente, por no comprender estos conceptos, a nuestros empobrecidos sistemas culturales que niegan o silencian las expresiones artísticas les falta una mirada crítica y una mejor definición de lo que significa cultura.
En ese contexto, tanto aquí como en otros lugares, no es raro ver como los artistas populares –no mediáticos ni masificados- que en su arte expresan y representan esa conducta social, sean tildados de románticos, bohemios u holgazanes; como si fuesen incapacitados sociales, sin profesión ni dignidad y a los que se les niega oportunidades y espacios para exponer sus creaciones y desarrollarse. Inclusive aquellos pocos que comulgan o son utilizados por los gobernantes de turno y alcanzan un determinado nivel de prestigio, son vistos bajo el mismo prisma.
Cuando nos reconozcamos como seres culturales y comprendamos que cultura no apenas significa erudición ni tan solo define a las expresiones artísticas, cuando nos replanteemos nuestros métodos de enseñanza, nuestros sistemas políticos, sociales y ambientales tal vez comencemos a valorar las expresiones artísticas de todos los pueblos, desde su verdadera dimensión.
Me gustaría me hagas un breve comentario que consideres de interés para el público lector en relación al arte.
El artista debe entregarse por entero y vivir por y para el arte, por eso es conveniente que no ejerza tareas ajenas que malogren, pospongan o lo priven de crear. Todo artista tiene la libertad de expresarse, de improvisar infinitamente pero, en nombre de esa libertad jamás debemos distanciarnos de las leyes universales que rigen nuestro planeta. Para expresarnos y comunicarnos a través del arte es necesario conocer los códigos de ese lenguaje universal que reconocemos -por lo menos intuitivamente- todos los seres humanos. Lo percibe el ilustrado y lo intuye el iletrado; mientras que el versado tal vez sea capaz de explicarlo mediante el discurso, el iletrado lo presiente aunque no sepa enunciarlo. Ambos lo saben, los dos lo intuyen porque habitan el mismo planeta.
Para asegurarse de que lo que afirmo es cierto, convoque a una persona instruida y a otra analfabeta, muéstreles un cuadro desnivelado que cuelga sobre una pared. La reacción de ambos será la de querer enderezarlo. Luego muéstreles una composición desorganizada, caótica. Aunque, tal vez, ninguno de los dos sepa cómo organizar ese caos, ambos sentirán la misma sensación que tuvieron frente al cuadro desnivelado. Ahora convoque a un guitarrista y pídale que ejecute delante de esas dos personas una música nueva, luego pídale que rasguñando las cuerdas produzca sonidos sin harmonías ni ritmo. Una vez más, tanto el docto como el analfabeto sabrán la diferencia entre la armonía de la música y el ruido. Por último, forme palabras tomando vocales y consonantes escogidas al azar; luego componga frases mezclando fortuitamente éstos y otros vocablos, sumándoles verbos y adjetivos; con éstas frases elabore oraciones; después elija un buen poema y lea ambas cosas en voz alta. El resultado será el semejante al obtenido con el cuadro desnivelado y con la música: nuevamente, el iletrado y el ilustrado sabrán distinguir entre un poema y un texto indescifrable, carente de sentido.
Argumentando tener libertad de expresión, muchos aspirantes a artistas e inclusive artistas inventados por un mercado cada vez más ávido de novedades y de dinero, intentan establecer diálogos con el público mediante el uso de un lenguaje estético que desconocen, no saben emplear y encima pretenden innovar. Como ese dialogo no se da naturalmente, hacen su aparición los curadores y los críticos; verdaderos “curanderos” del arte, intentando explicar lo inexplicable, ensayando argumentos tan pueriles como falaces, con la única finalidad de vendernos gato por liebre. Las obras de arte, además de ser imperecederas, prescinden de explicaciones y están por sobre sus contenido temáticos.
Con las mismas letras del alfabeto que uso ahora, al escribir este texto, tengo la libertad de escribir un poema, un cuento o una novela de ciencia ficción; ahora bien, no porque escriba una historia inverosímil, producto de mi imaginación, tengo que modificar los fundamentos o códigos que rigen el idioma en el que escribo, no porque intente crear un nuevo lenguaje plástico o estilo musical, tengo que desconsiderar, omitir o pretender reinventar las seis notas musicales (y no siete, como se cree) y hacerlo en nombre de la libertad de expresión. El público, erudito o iletrado, no es ignorante como erróneamente suponemos o esperamos que sea.
Cuando las expresiones artísticas contienen, en sí, las leyes universales que rigen el arte son y percibidas por todos los habitantes de este planeta, no necesitan explicaciones, dispensan comentarios y digresiones falaces. Si la gente muy a menudo le pregunta que significa su obra, entonces revea sus conceptos, estudie, observe la naturaleza con mucha atención o simplemente abandone el arte.
Un apéndice sobre los conceptos estético-filosóficos del lenguaje Neoguaraní
Como hijo de estos paisajes geográficos y culturales en el ‘96 emprendí una investigación sobre la cultura guaraní y su influencia en nuestro modo de ser. Paralelamente comencé a desarrollar un lenguaje de expresión plástica único y diferente, determinante y armónico al que denominé Neoguaraní. En él, los códigos visuales intentan mantener una estrecha relación entre formas y contenidos, estableciendo así un concepto estético regional que considero genuino.
En dicho lenguaje intento utilizar la misma síntesis geométrica que los guaraníes aplicaban -y todavía lo hacen- en la confección de diademas, cestería, arte plumaria, apikás, cerámica y pintura corporal. Intento materializar las metáforas del pensamiento religioso guaraní, su historia y su cosmovisión, abordando también las leyendas derivadas de sus mitos para otorgar nuevas imágenes al panteón de las divinidades virtuales y una nueva iconografía para retratar a nuestra flora y a nuestra fauna; a nuestra gente y a nuestra historia. Sin ser guaraní, a través del lenguaje plástico Neoguaraní intento resemantizar y así mantener vivo el ideal estético de esta cultura ancestral.
Este ideal estético guaraní no difiere demasiado de otras culturas originarias de América del Sur y los guaraníes lo conciben como expresión de simetría y equilibrio, de unidad y de síntesis mediante el uso de formas geométricas puras, abstracciones y sobrias figuras. En cierta forma el concepto estético Neoguaraní es una suerte de renacimiento de esa concepción artística, de esa cándida manera de hacer, decir y representar.
En lugar de asumir posturas facilistas que no valoran ni respetan los procesos creativos ajenos, lo que se intenta es alcanzar es un concepto estético precursor que esté compuesto con elementos heredados de ambas culturas: la europea y la guaranítica. Siendo sucesores de ambas culturas no podemos ni debemos negar una en favor de la otra. Del mismo modo que no es posible hacer arte indígena sin ser aborigen.
Igualmente, en estos paisajes subtropicales, tampoco es posible imaginar un arte que remede las vanguardias propias de las grandes urbes -donde predominan la polución visual, lo efímero y la velocidad- en prejuicio de nuestra propia identidad. No es necesario recordar que no habito en Buenos Aires y mucho menos en Nueva York.
Mientras en las metrópolis las preocupaciones estéticas son heterogéneas y se concentran en la búsqueda de lo ‘post’, adelantándose a lo que vendrá, reflejando su caótico entorno futurista y su fisonomía multicultural, el Neoguaraní hace un camino inverso: marcha hacia el pasado, indagando en nuestras raíces para encontrar una identidad con características propias, homogénea y muy bien definida.
Considero que es el momento de renacer la cultura guaraní que fue menospreciada y negada durante cinco siglos para renovarse buscando y recuperando valores y saberes; estéticas y cosmovisiones originarias.
Renacer la cultura guaraní supone un compromiso y una identificación, entraña comprender y respetar su filosofía y su cosmovisión. No se trata de tomar elementos aislados y superficiales, sino que es necesario ahondar en su forma de ver y entender el mundo. Es indispensable adentrarse en su pensamiento y, a partir de allí, comenzar a recorrer su poesía y su arte. Ser Neoguaraní es reconocer la belleza negada y a partir de ella renovar con bases sólidas y mucho respeto.
Este singular concepto obedece al ideal estético guaraní. Para materializar los contenidos mitológicos y otros temas, incorporo grafías y simbolismos; códigos visuales y formales que componen las imágenes de dioses, hombres y astros que se entrelazan y se mimetizan con la Naturaleza. Estos entrelazamientos aluden y encarnan la simbiosis de los guaraníes con su entorno y simbolizan su comunión con la tierra.
La flora y fauna son representadas como elementos vivos que se incorporan a las figuras humanas para transformarse en aderezos, en pintura corporal que ornamentan a los bellamente adornados. Al igual que en las tramas de la cestería guaraní, donde las formas ambivalentes juegan a ser figura y fondo, en la estética Neoguaraní esas dualidades también aparecen en los elementos que se alternan entre figura y fondo.
Entrevistado por Rosa Audisio para el suplemento cultural del periódico La Arena de La Pampa
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